jueves, 2 de diciembre de 2010

La noche de Ángeles.

A propósito de esta novela de Ignacio Solares, me acuerdo del Bhagavud Gita, esa prodigiosa biblia” hindú tan cercana tanto a Francisco I. Madero como a Felipe Angeles y en la que se narra/poetiza la visión cósmica que el príncipe Arjuna tiene de Krishna, la divinidad. Después de reprenderlo por negarse a cumplir su dharma, esto es, su deber, que es combatir, como corresponde a un príncipe en guerra, Krishna busca disuadir a su discípulo sentimental de la ilusión de separar vida y muerte, dos caras de una misma moneda en el bolsillo de la divinidad.
Para un príncipe guerrero, matar a antiguos amigos y maestros que, por circunstancias kármicas, ahora militan en el ejercito opuesto, no debe ser una acción emocional. Ha de cumplirse con la misma impersonalidad con la que el comerciante vende, el sacerdote reza o el campesino siembra. Ataraxia anclada en un punto -en la frente o en el ombligo, no importa tanto-, mientras se lanza al ruedo la flecha, la mercancía, la oración o el instrumento de labranza.
Ángeles/Arjuna nunca aprendió bien esta lección de impersonalidad a la hora de la batalla, tal vez porque Madero/
Krishna nunca se la ensenó bien. Madero fue un civil y Angeles un militar: oposición fructífera en lo político pero funesta en lo personal. Aquél no podía comprender las razones íntimas del guerrero.
Aunque estaban unidos por un mismo anhelo místico que se tradujo en política y revolución, Madero, civil de pura cepa, de seguro nunca comprendió del todo los éxtasis de Ángeles el militar, verdadero San Miguel de huestes revolucionarias.
“...Quizás es en el campo de batalla en donde más he sentido... presentido eso que llamamos Dios. Y que, cómo decírselo, no tiene remedio: mordí el anzuelo y al intentar huir de Él sólo consigo encajármelo más”, le dice Ángeles a Madero, a lo que el ferviente espírita contesta: “Imagínese, general: huir de Él. Como si fuera posible. El pescador sólo espera que se canse usted lo suficiente para dar el tirón de la caña”. En las palabras de Ángeles, Madero sólo ve el fin, Dios, pero no ve el medio, la guerra, tan importante para aquél, por más remordimientos que sintiera ante la sangre derramada.
En Ángeles hay inclusive un sentimiento estético de la guerra. Después de la batalla de Zacatecas, punto culminante de su carrera militar, el general escribe: “Lo confieso sin rubor: veía en el colmo del regocijo el aniquilamiento de las fuerzas huertistas. Porque en esos momentos miraba la guerra bajo un punto de vista artístico, del éxito conseguido, de la obra maestra por En realizada”.
¿Cómo conciliar este gozo del guerrero con el desasimiento propugnado por el angélico Madero?
El general Angeles, descrito en la narrativa de Ignacio Solares es un hombre sombrío, con la melancolía gris de haber sobrevivido a su gurú, cuya muerte busca prolongar en la suya propia al final de la novela. Muerte, sin embargo, engañosa, circular, en la que no se sale ni se entra, sino sólo se está. La narración recae una y otra vez en la imagen del general llevado en la barca de un Caronte campesino, indígena. Ángeles retorna del exilio, regresa a su patria, va a su muerte. Este recurso de una imagen o de una situación que se repiten a lo largo del texto ya había sido usado por Solares en su anterior novela Madero, el otro, donde el elemento repetido era Madero en tránsito de muerte, en los momentos posteriores a su fusilamiento.
En manos de Solares el espiritismo de sus personajes es un artificio literario que le permite una especial ubicación del narrador con respecto a sus personajes, en un fluctuante cambio de segunda a tercera persona, de tú a él.
Aquí la palabra espiritista no es una doctrina sino una estrategia. El narrador constantemente cuestiona a su personaje, se pone en su lugar, se aleja, de manera parecida a un diablo que entrara y saliera a gusto en el cuerpo de un endemoniado.
Madero y Angeles son héroes escritos con pasión, inteligencia y sensibilidad por un autor, Solares, que, no obstante trabajar con el respaldo de una gran investigación bibliográfica y periodística, no subordina la palabra a la historia. Fiel a la fórmula de Borges de que importa más lo simbólicamente verdadero que lo históricamente exacto, el autor sabe que está escribiendo una novela y no una biografía. Para él, la historia esta mas cerca de la vaguedad del sueño que de la cronometría de la máquina, “porque, en fin, lo que importa es el halo que dejan los hechos, más que los hechos mismas”.
Ante el boom de cierta prosa(ica) periodística disfrazada de novela histórica, bien vale deslindar el rigor y la calidad de la empresa narrativa de Solares.

En el Bhuguvad Gita, el diálogo entre Krishna y Arjuna llega a su culminación en el canto XI, cuando la divinidad se muestra al príncipe, no en un cuerpo limitado sino por medio de una visión de su forma universal, coincidentia oppositorum con un despliegue poético de ángeles y demonios, de esplendores y colmillos, que sobrecoge de estupor y asombro al príncipe y le eriza el cabello.
Visión de sangre y leche, de dolor y vida, de hiel y miel. Es la visión que quizá Madero entrevió en sus raptos mistéricos y a la cual Angeles no fue insensible.
Había más que meras coincidencias políticas e ideológicas. Sólo así se explica el marcado ascendiente del presidente sobre el general, tanto en el más acá como desde el más allá.
Mientras Madero muere como mártir, Ángeles lo hace como víctima. Y no es lo mismo. La mística vital de uno difiere de la mística de muerte, más tanática, del segundo. A Madero lo obligan a morir; Ángeles se obliga a morir, dudoso de no saber si está vivo o muerto.
Mientras que Madero es asesinado bajo engaños, Angeles es fusilado tras un proceso (no importa para el caso si amañado) y el mismo da la orden de fuego a los soldados que le disparan. ¿Melancólico suicidio a distancia?


Resulta llamativo que, a diferencia de Moisés, quien baja su mirada ante Jehová manifestado como zarza ardiente, Arjuna se pierde en la visión de un Krishna fragmentado en la pluralidad. Éxtasis opuestos: una luz unitaria y sin forma; una pléyade de formas luminosas y vacías. Ángeles es un Arjuna desolado, lleno de dudas, en un universo sin señales y silencioso. Sí. Al final no hubo, no hay signos ni en la tierra ni en el cielo para Felipe Angeles, soldado enamorado de abismos. En cambio, para Solares, su escriba de hoy, hay señales luminosas en los cielos de la letra.

de Ignacio Solares
por José Ricardo Chaves
l Diana, México, 1991, 188 pp

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Claude Saint-Simon

Socialistas Utópicos
(1760-1825)
Junto a Saint-Simon, otros reformadores plantearon críticas sociales en su época: Robert Owen, Charles Fourier y Pierre Joseph Proudhon se encuentran entre los más conocidos.

Este pensadores fueron llamados por Karl Marx "Socialistas Utópicos", intelectuales con enorme voluntad y no siempre demasiado criterio práctico.
Claude Henri de Rouvroy era un noble francés algo venido a menos. A pesar de su extravagancia, reveló agudas intuiciones analíticas sobre los procesos económicos y sociales.
A los 16 años viajó a Estados Unidos para combatir en la guerra de la Independencia estadounidense. A su regreso a Francia, ofreció apoyo a la Revolución, renunciando a su título nobiliario.
En su famosa Parábola ejemplificó lo que pasaría en Francia en caso de morir la "tecnocracia" y sus cincuenta primeros físicos, matemáticos, poetas, banqueros, carpinteros, músicos, literatos, etc. En total, tres mil personas. Según Saint-Simon, el país caería en un estado de inferioridad frente a las naciones de las cuales hoy es rival. En cambio, si muriera la clase política, sostenía, no pasaría nada. La pérdida del rey, duques, cardenales, obispos, jueces, ministros, consejeros, los diez mil propietarios más ricos, etc., en total treinta mil, a un país sólo le causaría pena, pero de ella no resultaría ningún mal político para el Estado, ya que sería muy fácil volver a ocupar los lugares vacantes.
El mensaje que quiso recalcar Saint-Simon es que los tecnócratas son indispensables en una nación y los políticos, prescindibles. Es por esto que propuso un parlamento industrial, una organización económica que utilizara los talentos de la elite científica e industrial.
La mayor desviación de Saint-Simon respecto del Liberalismo económico clásico fue su desconfianza en el Interés propio como guía de la organización social y su convicción de que sería sustituido por la cooperación y la identificación de los intereses de clase. Este planteamiento tendría posteriormente una gran influencia en el corporativismo.